La panadera rusa que da trabajo a dos ucranianas en Bilbao: «Haz el pan, no la guerra»

Anna, en «EL PAN del SÁBADO» de la bilbaína calle Juan de Ajuriaguerra, dona el 10% de lo que gana cada día a Ucrania y ha acogido a dos refugiadas para enseñarles el oficio y trabajar en verano

Anna y Tatiana

«Pensé: ¿la comida puede ser política? Y le di vueltas una y otra vez. ¿Qué puedo hacer? Decidí enviar el 10% de todas las ventas diarias de la panadería a Ucrania. Eso es lo mínimo que puedo hacer para apoyar a las personas que amo. Haz lo que debas, pase lo que pase. ‘Make pan, no war’, ‘haz pan, no la guerra’, me dije, haciendo un paralelismo con el lema antimilitar que se hizo famoso durante la guerra de Vietnam». La que habla es Anna Timofeeva, rusa nacida en Ekaterimburgo hace 39 años, una ciudad ubicada en la cordillera de los Montes Urales, frontera natural entre Europa y Asia, de donde salió hace cerca de una década. 

Pasó por EE UU, Haití y Francia hasta instalarse en Bilbao. Timofeeva se dedicó durante años al análisis de datos de redes sociales, oficio que abandonó para formarse como cocinera y repostera, hasta el punto de que regenta desde hace poco más de un año una panadería de autor en la calle Juan de Ajuriaguerra llamada ‘El pan de sábado’. 

Sus panes, quiches, croissants, bizcochos, bollería y tartas llenan de aroma la calle. Durante la entrevista, tres personas la solicitan y ella les escucha con una sonrisa y mirada atenta. El primero es un ‘sin techo’, que pregunta a Anna si puede darle algo de comer. «Vale, ven dentro de 30 minutos», le dice ella en un castellano fluido que ha aprendido «con los clientes». Una vecina le consulta: «Anna, ¿tienes pan con semillas de lino hoy?». «No, hoy multicereal», le contesta. Y de un comercio cercano, Tocados Anita Ribbon, «un buen amigo» le trae un cojín para vestir el banquito del escaparate. «¡Da, sí!», aplaude contenta. 

Entretanto no para de cortar y pesar una tierna masa sobre la repisa de aluminio, desmoldar bizcochos con paciencia y colocar en el escaparate bollos con forma de caracola y croissants. Y ofrece un café. Anna luce las mangas remangadas y deja entrever en el brazo izquierdo una frase que dice más cosas de ella: ‘Nothing is impossible’, nada es imposible. Hoy no trabaja sola. Con ella está estos días Tatiana Zherebiatina, una de las dos ucranianas que van a ayudarla en verano en la panadería. La otra es Polina, que se incorporará pronto al negocio. Ambas llevan un mes en Bizkaia. Hermandad

«No podemos estar ajenos a lo que pasa. Lo que ocurre en un lado del mundo repercute en otro»

«Necesito ayuda en la panadería. Ellas y yo nos podemos entender fácilmente con el idioma, en ruso, y además quiero contribuir a que puedan desarrollarse en sus difíciles circunstancias. Sé que van a trabajar bien, porque tienen mi misma cultura de trabajo, nos han educado para saber la importancia de trabajar, compartimos valores. Además, para mí no hay diferencias entre las personas», subraya. «El mundo es muy pequeño y todos estamos muy conectados, no podemos estar ajenos a lo que está pasando porque lo que ocurre en un lado repercute en el otro como un efecto mariposa». 


Un hijo en la Universidad

Anna sabe que «ser un recién llegado a un país es muy difícil, no tener el idioma lo complica y uno acaba desempeñando trabajos invisibles, de limpieza por ejemplo». «Si yo puedo ayudar a hacer más… Todos queremos ser felices. En Ucrania tengo amigos que son como de la familia. No temo por las represalias que Rusia pueda tener conmigo. Esto para mí no es traición a mi país. Además, yo no pienso volver allí», continúa la panadera, que pese a trabajar de lunes a sábado y acudir los domingos a la tarde a elaborar masas para que inicien su esponjosa cuarentena también saca tiempo para ayudar en los puntos de recogida de UkraniaSOS. 

Hace de traductora y gracias a ella podemos conocer más a Tatiana Zherebiatina, de 50 años y madre de una niña de 10, escolarizada en el colegio público San Ignacio de Algorta, y un adolescente de 17, admitido en la Universidad de Deusto durante tres meses en «informática y construcción de máquinas». Está «muy agradecida por esta oportunidad». Con ellos y con su madre, de 75 años, Tatiana hizo una travesía de seis días desde la ciudad de Jersón, la primera gran urbe ucraniana atacada por el ejército de Rusia a principios de marzo, hasta llegar a Bizkaia el 21 de abril. Los cuatro viven en una habitación en Fadura, en un centro cedido a Cear Euskadi y gestionado por la Fundación EDE Suspergintza. Allí hay otra treintena de familias más. 

«Aquí podemos estar dos meses, todos estamos buscando trabajo», observa esta mujer. Tatiana dice que su abuela era rusa y su abuelo ucraniano, «allí todos somos medio rusos y medio ucranianos», comenta. «La guerra no debería existir. Se puede hablar y buscar una solución siempre», piensa. Anna está contenta con las caracolas que ha hecho Tatiana, «¡y es la primera vez que las hace! Tiene mano», sentencia.

Publicado en El Correo por Itsaso Álvarez, 29 mayo 2022
Milloi Esker, Muchas Gracias!!!

Anna y Tatiana