«Ya cuentan hasta 200 en euskera»

Niñas y niños de Ucrania en Euskadi: Los centros escolares con alumnado refugiado, priorizan el bienestar emocional para que «se sientan como una o uno más»

Partir de cero nunca es fácil y más con una guerra de por medio. Según datos facilitados por el Departamento vasco de Educación, un total de 284 niños ucranianos ya se han escolarizado en Euskadi tras escapar del horror de su país por la invasión rusa. El bienestar emocional de los menores es el principal objetivo que se marcan los centros en este proceso de acogida y adaptación contrarreloj, al que no son ajenos. En ocasiones, en mitad del curso matriculan a alumnos procedentes de países extranjeros por diversas circunstancias. Albiz, en Sestao; Askartza, en Leioa, y la ikastola Berakruz, en Markina, son tres de los centros vizcaínos que han recibido menores refugiados en las últimas semanas y que están centrando sus esfuerzos en garantizar una atención global a estos pequeños que, aunque esconden historias desgarradoras, buscan inconscientemente que la normalidad regrese a sus vidas.

Ikastola Berakruz | Markina:
«Ya cuentan hasta 200 en euskera»

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Nastya y Artem son primos y llegaron desde Poltava a Markina con sus madres. Su abuela reside en este municipio vizcaíno desde hace más de una década. La mujer habla castellano y eso ha facilitado la comunicación desde el primer momento con la ikastola Berakruz, el centro en el que estos dos pequeños prosiguen con sus estudios desde hace tres semanas. Sin embargo, el idioma vehicular es el euskera. Poco a poco, se notan los progresos. «¡Ya cuentan hasta 200! Quieren aprender, están muy atentos», relata Irati Agirregomezkorta, tutora de Nastya. 

La niña, de 10 años, se muestra muy amigable y risueña en su clase de cuarto de Primaria. El crío, de un curso más, también es abierto y busca a sus compañeros para jugar en el patio. Ambos se ayudan de una tablet para comunicarse, pero se dirigen a otros niños y al comprobar que éstos no les entienden al hablar ucraniano «se enfadan». «Es normal. El idioma es lo que más les está costando. No poder comunicarse es frustrante para ellos», lamenta Leire Ibarzabal, la andereño de Artem.

El centro no ha contado con ningún recurso extra para el proceso de adaptación de estos dos menores refugiados. «Nos las estamos apañando como podemos, incluso dándoles refuerzo de euskera en nuestras horas libres», confiesan. Otro foco de atención es el aspecto emocional. El cambio trascendental que han sufrido en sus vidas les ha marcado y no esconden el dolor que sufren por haber tenido que dejar a sus padres. El conflicto no es un tema tabú. «Hemos tratado de normalizarlo. Ellos ven noticias, hablan con sus padres, nos han contado cómo salieron y nos dicen que están tristes», explica Irati. Llegaron «visiblemente nerviosos» -recuerda su compañera-, pero les prepararon una bienvenida especial con carteles con la bandera ucraniana y la iniciativa fue un éxito. 

Después, «hemos seguido con el día a día porque tampoco les queremos abrumar», comenta esta profesional. «Queremos darles seguridad y confianza, que se sientan uno más». La adaptación emocional está por encima de la académica y cualquier apoyo es fundamental. De ahí, que la ikastola haya propuesto a Nastya entrenar a gimnasia rítmica, una de sus pasiones, aunque para ello tenga que acudir a Ondarroa los sábados -en Markina no existe ningún club-. La muchacha apunta maneras. «Hace el ‘spagat’ y todos se quedan mirándola. Cuando algo te gusta, sin duda, te ayuda a soltarte».

Askartza | Leioa:
«Creen que están de vacaciones»

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Solomiya cuelga su chamarra en el perchero junto a su nombre y su foto, sin dejar de canturrear en su idioma con su suave vocecita. Nadie la entiende, pero ella lanza tímidas sonrisas. Mientras, Zlata, su melliza, se une al corro que forman algunos compañeros de su aula de Segundo de Infantil en Askartza. El proceso de adaptación de estas dos hermanas de 3 años, acogidas junto a su madre por una familia de Leioa, avanza a buen ritmo, a pesar de que en el centro han querido dejarles su tiempo. 

La primera semana solo acudían tres horas por la mañana. Después, se aumentó la estancia hasta la hora del comedor, luego se incorporaron a la siesta y desde antes de las vacaciones de Semana Santa realizan la jornada completa. «El primer día se mostraban más retraídas, no querían que nadie las tocase. Su madre, que habla inglés, contó que por el camino les dijo que no dejasen que las tocase nadie. Ahora ya se desenvuelven muy bien e, incluso, van solas al baño. Son muy sociables», desliza Nagore Bilbao, responsable de calidad educativa. 

Las hermanas, nacidas en Kiev, creen que están de vacaciones, pues así ha tratado su progenitora de esconder el drama de la guerra. Con solo tres añitos, no son conscientes de la masacre que asola a su país, pero en el colegio sí han detectado que si ven a su padre «se ponen tristes. Tratamos de no enseñarles fotos», cuenta Leticia Hennequet, la directora pedagógica de Infantil. 

Iban a comenzar el colegio el próximo mes de septiembre. Por el momento, el objetivo es que se integren y se diviertan en clase con el resto de niños. Todavía no saben leer, por lo que se trata de atenderlas a través de los juegos. «El lenguaje universal del niño es el juego. Inmediatamente les acarician, les dan la mano…», apuntan las profesionales, que se han fabricado unos diccionarios de papel con palabras básicas traducidas al ruso para tratar de acercarse más a las niñas y que ellas sientan una mayor confianza. «Cuando consigues que el niño se sienta querido y a gusto, lo demás va todo rodado. El aprendizaje llegará»

Colegio Albiz | Sestao:
«No sabemos si es timidez o si sufre»

Mark, de 9 años, no es un niño muy expresivo. O no lo parece. Lleva pocos días escolarizado en el colegio Albiz, en Sestao, y por el momento, la guerra no se nombra en su presencia. El crío ha recalado en la localidad fabril a través de una familia de acogida y procede de Bucha. «Ahora le preguntamos por cosas básicas, qué le gusta hacer, cuál es su plato favorito… Más delante ya hablaremos de dónde viene y qué siente», indica Nabar Atxurra, profesor de refuerzo lingüístico.

La directora de la escuela, Miren Hernández, percibe que ha llegado «muy tocado». Hay que ir con pies de plomo. «Es un niño muy callado. No sabemos si es timidez y viene de serie o si esconde todo un trauma. Nuestra prioridad es que se encuentre bien». Antes de que se uniera a una de las aulas de Segundo de Primaria, el centro celebró una reunión con su madre y su familia sestaotarra. A través de un servicio del Gobierno vasco de traducción simultánea por teléfono, los responsables del centro lograron comunicarse con ellos. «Funciona muy bien. Ya lo utilizamos una vez con una familia china», rememora Arantza Parada, la tutora del pequeño. 

De forma paralela, a sus compañeros de clase y de curso el profesorado ya les anticipó que iban a tener un nuevo compañero en una situación especial, llegado de una guerra y con un idioma que nadie sabe hablar ni entiende. Para hacer más llevadera la llegada de Mark, se nombró a un ‘padrino’. «Nunca está solo, pero sí es un niño que está más pendiente de él», subraya la maestra sobre esta iniciativa propia del centro. «Todos querían serlo», añade. 

Poco a poco, los profesionales notan que Mark se va abriendo más, sobre todo con sus compañeros. «Las mascarillas tampoco ayudan porque no se ven la expresión del rostro y porque muchas veces te comunicas con ellas», reconoce su tutora. Después de unos días tras su llegada, el Departamento vasco de Educación concedió a esta escuela de la Margen Izquierda dos horas más para el profesor de refuerzo lingüístico, que se las ingenia para tratar de superar la barrera del alfabeto cirílico con el que el crío aprendió a leer. 

«Nos comunicamos mucho por gestos. Pulgar hacia arriba, pulgar hacia abajo, es el lenguaje más universal», apunta Atxurra, que señala que el aprendizaje curricular pasa en estos casos «a un segundo plano».

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Publicado en El Correo en 17 de abril
por Silvia Osorio.
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