Ucranianos en Getxo: “Tras pasar por el infierno, estamos muy agradecidos y queremos aportar”

Autora: Arantza Rodríguez

Yulia soñaba con vivir junto al mar y si no fuera por la guerra, dice, nunca se habrían “atrevido a realizar este viaje”. Un viaje con las ‘manos vacías’ de Ucrania a Getxo, donde empezaron de cero, sostenidos por la red social vizcaina que ansían tejer

Con la misma hospitalidad con la que han sido acogidos en Getxo, Yulia Hryhorchuk recibe a las visitas, en su piso prestado, preparando unas tazas de café. Viene y va de la cocina al salón con soltura, pese a su visión reducida. Su marido, Serhii, es invidente, pero ha tenido más de un año para aprenderse el camino hasta la verja del edificio y cada peldaño del portal. Ambos huyeron tras la invasión de Ucrania, junto a sus hijos Katerina, Alisa y Ruslan, de 16, 12 y 5 años, y han amortiguado ese salto al vacío que supone convertirse en refugiado de la noche a la mañana gracias a la red social vizcaina, que aspiran a poder tejer algún día. “Estamos muy agradecidos por todo lo que nos están dando y queremos trabajar, aportar a la sociedad y ayudar a otras personas”, afirman.

Al igual que esta familia ucraniana, muchas personas, extranjeras y autóctonas, a las que la vida les ha dejado de sonreír, por el motivo que sea, afrontan su día a día con el apoyo de ciudadanos anónimos, voluntarios, asociaciones y organizaciones de Bizkaia que los acompañan y sostienen hasta superar el bache o el socavón, según el caso. Sirva su historia como ejemplo de la magia de la solidaridad que puede llevar a una mujer, como Yulia, a sobrevivir a los bombardeos y cumplir por fin su sueño de vivir junto al mar.

De Jersón a Getxo

“Estábamos superfelices por habernos salvado”

Sentados en torno a la mesa del salón, salvo Ruslan, que juguetea con un oso de peluche, ver a la familia Hryhorchuk unida ya es un buen final, si se parte removiendo con la cucharilla un comienzo trágico. “Cuando empezó la guerra, estábamos en Jersón y esta ciudad fue ocupada de repente los primeros días. No teníamos posibilidad de salir porque era peligroso”, arranca a relatar Serhii, ajedrecista de 44 años, en su recién aprendido castellano. Tras un mes de “mucho pánico, en el que mucha gente huía”, la familia decidió dar el paso. “Mi jefe colaboraba con Cruz Roja de Ucrania y ayudaba a la gente con discapacidad a salir de Jersón. Había dos microbuses y un coche. Un voluntario que nos llevó nos dijo que para él también era un billete a un solo lado”, prosigue bajo la atenta mirada de Kateryna Kaminska, coordinadora de UkraniaSOS, que empuja su discurso a ratos como traductora. “En 100 kilómetros había 64 controles rusos y la gente iba bordeando o haciendo malabares. Estaban bombardeando por todos los lados”, apunta Kateryna.

Por fin llegaron a Odesa y, a través de un amigo de Serhii, que les puso en contacto con UkraniaSOS, emprendieron viaje rumbo a Bizkaia, donde esta organización había “lanzado un formulario para familias vascas que quisieran acoger a familias ucranianas”, recuerda la coordinadora. Eslabón a eslabón, engranando la voluntariedad de unos con la generosidad de otros, esta pareja y sus tres hijos pasaron su primera noche, y las siguientes hasta hoy, en la vivienda que les han cedido en Getxo. “Sentimos un agradecimiento eterno. Los primeros días no nos lo podíamos creer. Pensábamos: Esto no puede ser. Primero, porque estamos en un sitio maravilloso, increíble, en un paraíso. Además, nos ceden un piso entero gratuitamente y la familia es superbuena. Nos ayudaron con todo lo que nos hacía falta: la escuela, el hospital, el papeleo…”, cuenta, más que satisfecho, Serhii. “Todas las personas aquí nos ayudan mucho, los vascos son muy majos, esa es la verdad”, recalca.

Con ese aterrizaje forzoso, pero en territorio amigo, se disiparon muchas de sus preocupaciones. “Como hemos pasado por bombardeos, por el estrés, por el infierno, al llegar aquí ya no teníamos miedo a nada. Estábamos superfelices por habernos salvado”, confiesa. Así que se afanaron en “planificar” los primeros pasos para construir su nueva vida. “Aprender castellano, llevar a los niños al cole, buscar oportunidades de trabajo, hacer cosas de papeles…”, enumera.

Para llenar la despensa y los armarios no les faltaron voluntarios. “Desde el principio han recibido ayuda del Banco de Alimentos. La primera temporada UkraniaSOS también fue un almacén. Como muchísima gente estaba volcada en donar ropa, les pedimos que se la entregaran a Koopera porque así la desinfectaban, podían elegir su talla y se creaban puestos de trabajo porque había más cosas para reciclar”, explica Kateryna, quien añade que “los primeros meses, si iban con pasaporte ucraniano, les daban 50 euros para que cada uno pudiera elegir las prendas que necesitaran”.

En verano, con “todas las instituciones cerradas y para que no perdieran el tiempo”, los voluntarios de UkraniaSOS “crearon unas clases intensivas de castellano on line y presencial. Acudieron unas 500 personas”, asegura su coordinadora. También colaboraron con la asociación Pertsonalde de Getxo y la Fundación Ellacuría en Bilbao para orientar a las familias acogedoras vascas, que “estaban un poco perdidas y no sabían qué hacer con las familias ucranianas” y asesorar a estas sobre “cómo gestionar el choque cultural, cómo hacer los papeles o cómo pedir ayudas”.

Las dificultades de adaptación

“Tenía miedo por el niño y es el que mejor habla”

La cosa fue todo lo bien que podía haber ido, dadas las circunstancias, pero ningún relato que empiece por Érase una vez una guerra es de color de rosa. “La acogida fue buena, pero teníamos problemas internos, de familia, porque es complicado: nueva escuela, el choque cultural, el idioma, diferentes materias que en Ucrania… Para los niños ha sido muy duro en plan de estudios y en plan emocional también superar todo eso”, reconoce Serhii, mientras su hija mayor, Katerina, en plena adolescencia, le escucha con el semblante serio.

En Ucrania era campeona de ajedrez, estudiaba muy bien, pero aquí no podía estudiar. Dice que lo más duro para ella fue cuando no entendían lo que quería expresar. La primera temporada le costaba horrores comunicarse y eso hizo que se convirtiera en introvertida. No quería hablar con nadie porque no la entendían”, traslada, tras cruzar unas frases con la chica, la coordinadora de UkraniaSOS. “Por eso ha tenido que dejar la escuela. No tenía sentido seguir. Ahora, con ayuda de Lanbide, está haciendo cursillos de estética”, añade, abriendo una claraboya a la esperanza.

A sus hermanos, en cambio, les ha ido bastante mejor. Alisa acude al colegio Ayalde y “le gusta mucho ir a la escuela”. De hecho, “le parece mejor el nivel de educación que recibe aquí, ha hecho muchas amigas y este año va a aprender francés como extraescolar porque le gustan los idiomas”.

A sus compañeras también deben de gustarles porque cuando la conocieron no paraban de preguntarle cómo se decía cualquier cosa en ucraniano. “Todo el mundo era tan amable y estaba tan interesado en aprender a decir esto y lo otro que a veces le resultaba un poquito agobiante. Estaba tan bien acogida y la gente tenía tan buena intención que a veces se cansaba”, cuenta Kateryna.

Ahora está perfectamente integrada y los fines de semana no le falta con quién quedar para dar una vuelta. Tampoco a sus padres. “Tenemos amistad con una familia vasca y quedamos con ellos. Su hija estudia en el colegio de Alisa y su hijo, en el de Ruslan”, explica su padre.

Hablando del pequeño de la casa, que tiene prisa, aun siendo sábado, porque le esperan para jugar un partido de fútbol, es el que mejor se ha acomodado de todos a esta nueva etapa vital, pese a la lógica intranquilidad inicial de sus padres.

“Va al colegio Gaztelueta. Al principio yo tenía miedo por él, no sabía si podría adaptarse bien o no, pero me parece que ahora él sabe más castellano que nosotros. No quiere hablar, pero entiende todo y en la escuela hace todo lo que necesita. Ha sido muy fácil. La verdad es que él está muy feliz aquí porque tiene amigos, juega con ellos…”, cuenta Serhii con una sonrisa de satisfacción, que se torna en traviesa en la cara del pequeño.

Prueba de que en el aula y en el patio todo marcha viento en popa es que Ruslan es todas las mañanas el primero que se monta en el autobús que le lleva al colegio. “No he escuchado nunca que él no quiera ir a la escuela. El otro día recibió su primer diploma”, destaca su padre, sentado junto a su mujer, ya en el sofá, con orgullo.

Ninguno de ellos ha llegado al punto en el que se encuentran solos. “A Alisa le está ayudando la Fundación Fidias. Juntan a voluntarios y ayudan a los niños a hacer los deberes, realizan diferentes actividades… Cuando ella ha empezado a acudir ha mejorado el idioma, la comunicación, los estudios…”, explica Kateryna. “La Federación Vizcaina de Ajedrez también les está ayudando. Están en contacto y Serhii y Katerina están jugando en el equipo del Club de Ajedrez Conteneo de Bilbao”, detalla.

Mirando al futuro

“Queremos integrarnos en la sociedad”

Ahora que se maneja por los alrededores de su vivienda cedida sin problemas, Serhii, “Sergio para los españoles”, recuerda con una sonrisa “las dificultades de orientación que tenían los primeros días”. “No sabíamos dónde estaban el supermercado, las tiendas, todo… Estuvimos dos o tres semanas dando vueltas por este barrio. Eso fue lo más duro para nosotros porque la gente es maja y cada persona nos puede ayudar”, destaca. De hecho, “los vecinos los primeros días nos invitaron para enseñarnos algunas palabras, dónde estaba lo que necesitábamos… Todas las personas nos ayudan y por eso se lo agradecemos mucho a todos”, insiste.

Sus gracias infinitas las hace extensivas a Cáritas y al Gobierno vasco, por las aportaciones económicas, a “la EPA, donde los mayores aprenden castellano, y a la Escuela Oficial de Idiomas y la ONCE, que colaboran para adaptar los exámenes para personas con visibilidad reducida”, sin olvidar a “Sartu, donde les ofrecen orientación profesional o les explican cómo es una nómina aquí”, repasa la responsable de UkraniaSOS. Entidad que, a su vez, trabaja con otras para detectar “las necesidades de mercado” y facilitar su integración laboral. “Si estamos ayudando a personas, lo haremos con más calidad si colaboramos todos juntos”, dice convencida.

Arropados por todo este tejido social, tratan de asentarse. “Queremos integrarnos en la sociedad, buscar un empleo…”, dice Serhii, que es “entrenador de ajedrez para niños con y sin discapacidad y tiene gran experiencia. Es campeón en juego en equipo de personas ciegas”, resalta Kateryna. A Yulia, psicóloga y coach, le gustaría “ayudar a las personas, pero hay que sobrevivir” y se prepara para vender el cupón. Por lo demás, están encantados. “Les gusta tanto la cultura vasca, la gastronomía, que están aprendiendo y aceptando”. El único pero, que les cuesta encontrar grechka, “un cereal supertípico ucraniano que solo hay en una tienda en Bilbao”.

Vía DEIA